¿Es el paraíso un jardín? ¿Una fortaleza, preparándose para una guerra titánica? ¿O un cuadro del ideal, apto para ser habitado por figuritas de porcelana? En El Paraíso Perdido (1667), John Milton evoca vívidamente estos mundos y más. Quise superponer figuras de nostalgia canónica directamente con las palabras de Milton. Este Adán es el padre de todos los generales. La cita detrás de él (del Libro IV) es una ominosa declaración de fidelidad ante la prueba final: «Mi exaltación y mi deleite entero es que tú, complacido en mí, declaras tu voluntad cumplida, que cumplir es toda mi dicha. Cetro y poder, que me has dado, los asumo, y con más gusto renunciaré, cuando al final tú seas todo en todo, y yo en ti para siempre; y en mí todos a quienes tú amas; pero a quienes tú odias, yo los odio, y puedo revestirme de tus terrores, como yo me revisto de tu dulzura, imagen tuya en todas las cosas». Y pronto, armada con tu poder, librarás al Cielo de estos rebeldes; a su malvada morada preparada, los arrojarás a las cadenas de la oscuridad y al gusano inmortal; que de tu justa obediencia pudieron rebelarse. A quien obedecer es la felicidad plena.
Adán
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